miércoles, 13 de enero de 2010

POR FAVOR, QUE PROHIBAN LOS TOROS.


Artículo de Ángeles Caso publicado en el Magazine de La Vanguardia del domingo 10 de enero. Cada vez somos más y mejores, por supuesto:

Los partidarios de las corridas de toros se han puesto como locos con la votación del Parlament de Cataluña que ha decidido debatir dentro de unos meses la posible prohibición de ese horrible espectáculo. Han salido todos a una esgrimiendo una serie de razones en defensa del mantenimiento de la carnicería tan jaleada. Pero lo cierto es que todas ellas resultan ultramontanas y, para colmo, falaces. Alegan por ejemplo que la “especie” del toro de lidia desaparecería si se cerrasen los cosos; sin embargo, según los zoólogos, esa especie no existe como tal: los ejemplares de lidia no se diferencian del toro y la vaca comunes, “Bos taurus” Aseguran también que sería imposible mantener el ecosistema de la dehesa si dejara de estar dedicado a la cría de ganadería brava; pero lo cierto es que sólo el 5% de la dehesa está consagrado a esta actividad (300.000 hectáreas de un total de 6.218.000, según datos del Ministerio de Agricultura)

Se llenan la boca contando que los toros llevan una vida maravillosa hasta que son trasladados a la plaza. Se me viene a la cabeza la imagen de unos niños de Llullaillaco, tres criaturas incas momíficadas que fueron descubiertas en 1.999 en la cima de un volcán andino. Tenían seis, siete y quince años, y habían sido sacrificados como ofrenda a sus dioses; pero antes de ser ejecutados, los niños fueron alimentados y cuidados con exquisitez, para presentar ante las divinidades la mejor imagen posible. Supongo que habrían preferido ser un poco menos mimados y vivir más: ofrecer a alguien el paraíso para que su tortura posterior resulte más “noble” es un acto radicalmente inmoral.

Repiten incesantemente, por supuesto, el famoso argumento de la tradición. Como si el hecho de que algo se reproduzca a lo largo del tiempo justificara su esencia maligna. Durante siglos, los autos de fe de la Inquisición en las grandes plazas de las ciudadades y las ejecuciones de los condenados a muerte ante el público fueron tradiciones de profunda raigambre: la persistencia de un hecho no le concede categoría moral.

Y acuden una y otra vez a la excusa suprema de la “fiesta nacional, la cultura y el arte” Pretenden los defensores de esas ideas perversas convencernos de que el arte, que es creación, puede nacer de la destrucción y el sufrimiento. De que la cultura, que imbrica a los seres humanos en el mundo que les rodea, puede construirse sobre la tortura. Y de que la fiesta, expresión del espíritu lúdico, puede basarse en la sangre y la agonía de un animal.

Los partidarios de las corridas son capaces de llegar a tal grado de perversión intelectual que el presidente de la Unión de Criadores de Toros, Eduardo Mihura, ha afirmado (El País, 20 de Diciembre) que “la sociedad se ha humanizado demasiado”… Sobran los comentarios, aunque no puedo evitar pensar en algunos de los más radicales discursos nazis.

En fin, no se qué ocurrirá cuando en primavera el Parlament de Cataluña tenga que decidir sobre la prohibición de las corridas. Pero, si la aprueban, yo es probable que me haga catalana. Porque no me gusta pertenecer a una nación que considera el sufrimiento terrible, lento y aplaudido de un ser vivo como la máxima expresión de su ética/estética. Y me temo, señores de los toros, que son muchos los que piensan como yo.

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