martes, 3 de marzo de 2009

PORTERO O MINISTRO,CON LICENCIA O SIN ELLA, CAZAR ES MATAR.




A pesar de que la caza es un tema que me desagrada profundamente he de reconocer que casi le agradezco a Don Mariano Fernández Bermejo su "despiste fronterizo", al pensar el hombre tal vez aturdido por el olor de la pólvora y confundido por los estampidos de los disparos, que se encontraba en la zona en la que podía ejercer su derecho legal a matar cuando no era así. A veces es necesario un revulsivo para que salga a la luz una realidad infectada que permanece oculta y este episodio, lamentable de por si, ha servido además de para que la oposición haga sangre de un miembro del Gobierno hasta tal punto que ha logrado convertirlo en un cadáver político - unos matan en cotos y otros lo hacen desde el Congreso - también para que el debate sobre la caza cobre vida y que personas antes indiferentes, ahora reflexionen acerca de qué es lo que esconde esta práctica más allá de los cantos de sirena con que nos deleitan los cazadores cuando hablan de ella, así como para que se planteen la necesidad de su existencia y analicen las consecuencias que conlleva, unos efectos que los veamos a través del visor del arma de un escopetero, de las RayBan de un Ministro o de las pupilas de un animalista no varían, siempre son sufrimiento y muerte, la de los animales en número millonario cada año y también la de personas, que se cuenta por docenas.


No voy a entrar aquí en la cuestión política del asunto, entre otras razones porque no tengo la menor intención de sumarme al juego del Grupo Popular, el mismo que jamás abrió la boca por los excesos cinegéticos, tanto en tiempo como en forma, de su entonces Ministro Francisco Alvarez Cascos; pero hay que reconocer que el Sr. Bermejo se lo puso muy fácil a la oposición conservadora y bastante complicado a sus compañeros de Partido, que aunque en un corporativismo comprensible le defendieron y lo siguen haciendo tras su dimisión, algunos aprovecharon para manifestar que la caza no era de su agrado, como hizo el Sr. Rubalcaba; aunque me da la impresión de que una vez pronunciadas las palabras exculpatorias hacia su compañero debió de sentarse en su escaño pensando que el Titular de Justicia era además de un notable patán político, un ser humano de pésimo gusto y de sensibilidad encallecida, porque hay que tenerla muy impermeable para posar orgulloso junto al cuerpo de un animal ensangrentado al que se le acaba de matar por placer.

Volviendo a la cuestión cinegética y teniendo en cuenta el resultado del pasatiempo que tanto entusiasma al hasta hace unas horas Sr. Ministro, poco importa que su licencia le autorizase a matar unos pocos metros más al norte, en el Puertollano que creía pisar mientras apretaba el gatillo y no le capacitase para hacerlo en la Finca de Jaén en la que realmente se encontraba. Tampoco cuenta que el terreno sea Patrimonio del Estado o de un primo segundo del callista del Político, porque el padecimiento de esos animales no deja de existir porque se les descerraje un tiro a un lado o al otro de una línea imaginaria o en función de la titularidad de la finca. Cuando a uno le meten plomo en el cuerpo sufre y muere, por ese orden, el resto son disquisiciones legales o formales, pero que en nada varían la brutalidad del acto por más que lo doten de legitimidad.

Alega el Sr. Fernández Bermejo que para entender la caza es necesario nacer en un Pueblo y que toda la familia de uno se dedique a ella. Y lo dice sin que se le empañen las gafas por el rubor que debería sentir con semejante declaración. Según esa teoría imagino que Don Mariano tampoco percibe con claridad la desesperación de muchos padres hoy en día, porque para comprender la tragedia de sus penurias económicas hace falta tener hijos y estar ambos cónyuges desempleados - con un sueldo como el del este ilustre cazador debe de ser difícil ponerse en situación -. E igualmente y según el razonamiento de este Señor, imagino que para aceptar el narcotráfico como algo natural hay que haber nacido en las Rías Bajas, disponer de una planeadora y ningún otro trabajo al alcance. Me da la impresión de que Don Mariano no tiene en muy alta estima a los ciudadanos, de otro modo no me explico cómo es posible que salga por su excelentísima boca semejante sandez y se quede tan satisfecho.

Este hombre es uno de esos ejemplos que hacen bueno el dicho de que el poder corrompe, porque al menos sus valores en lo que al respeto a la vida de otros seres se refiere lo están. Recuerdo que cuando accedió a su cargo lo hizo acompañado de una campaña publicitaria muy bien organizada, pues nos lo vendieron como una persona con un espíritu contestatario, de un pasado revolucionario, con un firme compromiso de lucha por sus ideas supuestamente izquierdistas y para darle un toque rebelde, nos hablaron de su época como bajista de Los Cirros. Pero veo que ha pasado de "correr delante de los grises" y de confabular contra la dictadura y sus desmanes, a ser un personaje que si lo viésemos junto a Sazatornil en La Escopeta Nacional no desentonaría ni un poquito. A mi no me importa lo que haya hablado o no con el Sr. Garzón o con los mandos policiales durante la cacería, porque si en realidad ha habido alguna irregularidad, tendrá que ser demostrada y determinada por los tribunales llegado el caso; y admito que este suceso ha sido utilizado de forma interesada por el Grupo Popular, una Formación Política que defiende la caza al igual que lo hace con las corridas de toros, que un buen número de sus mandatarios practica y a la que le votan gran parte de cazadores, entre otras razones porque pasión por las armas, placer al sentirse poderoso frente a seres indefensos y falta de compasión y de empatía con el dolor ajeno son rasgos que de darse, suele ser habitual que su poseedor simpatice con la derecha de tintes más radicales y desde luego son características que van unidas a aquellos que cazan. Lo que sí me importa precisamente porque no puede ser evitado de momento mediante la Ley es que un portero, un abogado o un Ministro, su profesión deja de ser relevante con una escopeta en la mano porque en ese instante se convierten todos ellos en cazadores, puedan de forma lícita acabar con la vida de animales o dejarlos malheridos por pura y simple diversión; no hay una sola razón real más allá de ésta, el resto de argumentos empleados por los del rifle, galgo, cepo o lazo, son intentos interesados de confundir, engañar y tergiversar la realidad. Cazar es matar y no hay espíritu conservacionista, amor a la naturaleza o respeto a los animales, que en boca de aquellos que predican vida y siembran muerte son afirmaciones cargadas de falsedad, que pueda cambiar ese hecho. Quien sale con un arma al campo lo hace con una sola intención: regresar con algún cadáver a su casa.

Y hablando de este colectivo, el de los cazadores, no hay más que escucharlos y leerlos allí donde se expresan para darse cuenta de que están nerviosos e irritados. Y ese estado de ánimo tan alterado se debe fundamentalmente a una razón: que les incomoda y atemoriza el hecho de que algunos periodistas y no pocos ciudadanos estén empleando para la caza y para aquellos que la llevan a cabo, los calificativos que en realidad se merecen. Leía hace pocos días en una Página cinegética que están hartos de los ataques que reciben porque ellos son "trabajadores del campo", curioso trabajo el suyo, curioso y letal. Si es que no tendría que hacer falta que un destacado político cace donde no le está permitido para que este debate tenga lugar. La caza trae consigo la muerte de personas, de animales, el furtivismo, la existencia de armas en manos de hombres que en no pocas ocasiones las utilizan para saldar sus cuentas, la utilización de medios prohibidos, es el entorno en el que se mueven redes ilegales dedicadas a su organización y supone un maltrato continuo y extremadamente cruel para un buen número de perros de cazadores. Como todos los años y una vez finalizada la temporada cinegética, comienzan a aparecer canes abandonados por sus dueños, que se llevan la escopeta a casa pero al perro lo dejan tirado y a menudo tullido. Sólo en Lugo estos últimos días han aparecido un centenar de ellos y todos sabemos que la cifra real es mucho mayor, porque por cada uno que es recogido son unos cuantos los que permanecen deambulando hasta que encuentren el destino que inevitablemente les espera: la muerte. Atropellados, de hambre, en una pelea, por la acción del hombre o en una perrera, pero el resultado final no cambia. La noticia de lo ocurrido en la provincia gallega venía acompañada de un dato muy esclarecedor para conocer la naturaleza de estos hombres, decía que buena parte de estos perros abandonado tenían señales de haber sufrido maltrato y que en varios casos, les habían arrancado del interior de su cuerpo el microchip para que así no pudiera ser identificado el dueño. Por cierto, que ahora la Federación de Caza en un alarde de cinismo dice que ellos se harán cargo de los perros que se demuestre que son de cazadores. Osea que quieren que se ponga a cuidar de esos pobres animales a una Organización a la que probablemente pertenecen los mismos que les pegaron, que escarbaron en sus carnes para arrancarles el microchip y que los abandonaron. Ya de paso y puestos a decir tonterías encargamos a los de España 2000 que lleven la gestión de los albergues de inmigrantes sin techo.

La caza tiene que desaparecer y no porque un Ministro ya dimitido la practique sin licencia o lo haga junto a un conocido Juez que lleva el caso de presunta corrupción de un Partido Político, sino que debe de prohibirse porque no hay razón que la justifique, es sólo el pasatiempo sangriento de unos cuantos, es matar por matar, es elevar el sufrimiento ajeno a la categoría de esparcimiento lícito, es una auténtica salvajada con la que disfrutan unas cuantas personas y por seguir haciéndolo, se agarran a una serie de argumentos que pueden ser desmontados uno a uno, algunos por falaces, otros por absurdos y aún aquellos que tienen cierta lógica, porque existen alternativas que no pasan por dispararle a un animal. Entonces, cuando ya no les queda ningún motivo coherente y válido que esgrimir, nos dicen que para entender la caza es necesario ser de pueblo y haberse criado entre escopetas, cartuchos y cabezas de venados en la pared del salón. No señores, lo que hace falta es un poco más de sensibilidad y un poco menos de egoísmo para no sentir placer matando; el resto no es más que defender y alimentar la brutalidad en el ser humano.

fuente:Excelente articulo de Julio Ortega Fraile: http://www.findelmaltratoanimal.blogspot.com/

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