martes, 3 de marzo de 2009

LA DEFENSA DE LOS ANIMALES Y EL DESPRECIO POR EL HOMBRE.

"Os preocupáis por los perros, por los toros o las gallinas cuando hay seres humanos muriendo en las guerras, por culpa del hambre, de las enfermedades o existiendo familias sumidas en la tragedia del desempleo...". Esta frase, con todas las variantes que se quiera, es probablemente el argumento más empleado como ataque hacia las personas y colectivos comprometidos en la lucha por erradicar el maltrato a los animales, y de él se valen tanto los que tienen algún interés particular en la continuidad de la tauromaquia, de la caza, de la industria peletera o de las peleas de gallos entre otras muchas modalidades de crueldad, como los que sin estar relacionados con cualquiera de esas salvajadas e incluso a veces sin que les atraigan especialmente, reaccionan con una embestida desquiciada contra los defensores de los derechos de los animales cada vez que estos denuncian, informan, protestan o exigen la atención de los ciudadanos ante estos hechos y requieren la intervención de la Administración en los mismos para garantizar la protección y el bienestar de estos seres cuyo desamparo es un drama constante.

Cuando los sectores involucrados en la explotación animal repelen las críticas con una defensa de sus acciones basada en la necesidad de las mismas, su conveniencia o lo beneficioso de su existencia, lo habitual es que utilicen razonamientos vacíos de cordura, ética y credibilidad, pero en cualquier caso exponen el porqué de su postura continuista. Es el caso de los taurófilos cuando afirman que el toro no sufre, que disfruta con su tortura en la plaza o que es la "Fiesta más culta" de España; o el de los cazadores al asegurar que con sus deportivas matanzas contribuyen al equilibrio ecológico y a la conservación de las especies; también el de los laboratorios de experimentación indicando que la utilización de animales a través del envenenamiento, la mutilación, las quemaduras, la vivisección, los implantes o el sometimiento a condiciones extremas, es absolutamente necesaria e insustituible. Para el resto de formas de maltrato con frecuente resultado de muerte se pueden aplicar justificaciones similares esgrimidas tanto por aquellos para los que constituyen un negocio, como para los que suponen una diversión o pasatiempo del que no quieren prescindir en modo alguno.

Pero si los motivos aducidos a los que acabo de referirme rozan a menudo el absurdo cuando no entran directamente en la categoría de degeneración consciente de la realidad, llegamos al colmo de la necedad al tropezarnos con lo que podríamos denominar "la solidaridad excluyente" o "los compromisos antagónicos". Es muy común encontrarse entre los comentarios a los artículos acerca del maltrato a los animales o referentes a su carencia casi absoluta de derechos en nuestra Sociedad, mensajes que tratan de rebatir lo expuesto por el autor del principal mediante la enumeración de problemas que afectan al hombre, a menudo cuestiones terribles como las mencionadas en la primera línea. Según esa interpretación, la defensa de los animales y la del hombre se convierten en dos cuestiones similares al estornudar y el mantener los ojos abiertos a un tiempo, es imposible hacer las dos cosas a la vez. Así que la pregunta es la siguiente: ¿denunciar por ejemplo que muchos galgueros ahorcan a sus perros cuando ya no les sirven es realmente incompatible con manifestarse por las matanzas de civiles en el Congo o contra la indefensión del obrero frente a los que manejan el capital?. Creo que ni una sola de las personas que emplean una premisa tan necia sería capaz de demostrar su validez utilizando la razón. Pero hay otro dato que resulta curioso al respecto, esta estrategia tan burda no es utilizada contra los que trabajan en la defensa de otras formas de vida presentes en la Naturaleza; no oiremos a alguien arremeter con tales armas hacia los que luchan por acabar con la contaminación de los mares, la destrucción de la capa de ozono o la tala de bosques. Por lo tanto parece ser que la imposibilidad de compaginar la preocupación por los males del hombre con otro tipo de desvelos, sólo se presenta cuando condenamos el trato espantoso que reciben los animales. Llegados a este punto la cuestión comienza a oler demasiado a un intento de ensuciar la imagen y la credibilidad de los grupos animalistas y el modo de hacerlo, tan estúpido como mezquino, es intentar convencer a la Sociedad de que estas personas que manifiestan su rechazo a la indulgencia del Código Penal ante aquel que mata gatos a pedradas y los exhibe en internet o expresando su repulsa porque un Gobierno permita y subvencione el que un toro sea perseguido y atravesado por lanzas, desprecian al hombre y al igual que se rebelan contra el encierro y posterior desollamiento de un visón, permanecen indiferentes ante la suerte de los presos de Guantánamo, la aplicación de la pena de muerte o los talleres clandestinos con esclavos orientales. Se trata de esparcir porquería sobre ellos, una suciedad moral inventada, una crítica de sus valores basada en postulados falaces, una hipocresía perfectamente conocida por los que la utilizan pero que con tal de conseguir sus objetivos, por salvaguardar aquello que constituye su interés económico o de esparcimiento aunque implique sufrimiento y muerte de seres vivos, no dudan en emplear; es el "difama que algo queda".

No soy ajeno al mundo de la lucha contra el maltrato animal; tengo relación continuada y profunda con un buen número de sus integrantes y puedo asegurar que en la gran mayoría de los casos, son personas cuyas inquietudes no se limitan a la tortura padecida por un elefante en un circo, al dolor que experimenta un corzo cuando le disparan, a la agonía de un toro durante una corrida o a la angustia extrema de una oca alimentada de modo forzoso para aumentar el tamaño de su hígado diez veces, sino que también les atormenta la miseria de los hombres, su marginación, la violencia de unos sobre otros o los horribles casos de injusticia y desigualdad que se dan en la raza humana. Quien hoy sujeta una pancarta pidiendo una Ley de Protección de los Animales más efectiva y completa, mañana es capaz de gritar junto a los que han sido despedidos por un ERE oportunista o en contra del envío de tropas a misiones de guerra. Los animalistas suelen ser personas de mente abierta, progresistas, preocupadas por cualquier tipo de sometimiento, esclavitud o persecución, sus acciones están movidas por la generosidad y no por colmar ambiciones materiales, cebar su egocentrismo u obtener algún tipo de beneficio personal, más allá de la satisfacción por contribuir a hacer de este mundo un lugar menos tenebroso. También conozco gente que es acérrima defensora de la caza, de la tauromaquia, a la que le trae sin cuidado que los perros sean sacrificados en las perreras, que disculpan al que quema vivo a un gato o que afirman que los gallos llamados "de pelea" han nacido para eso, pelear. A estos últimos, cuyo desdén hacia los animales es absoluto, tampoco les suele importar que haya presos en el corredor de la muerte, que se apalee a un indigente o que se hunda un cayuco con sesenta inmigrantes a bordo. Piensan en ellos y sólo en ellos; en dar gusto a sus instintos y pasiones aunque eso suponga sufrimiento para otros; normalmente no se les ve en ninguna manifestación para defender a un colectivo al que no pertenecen, a lo sumo se organizan para llevar a cabo una concentración de cazadores en Madrid, extienden su brazo para intentar agredir al que salta al ruedo en medio de una corrida pidiendo el fin de la tauromaquia o elevan su voz para llamar "ecolojeta", "maricón" o "rojo" al que ven diferente y por lo tanto, lo consideran peligroso, degenerado e indeseable.


Asegurar que preocuparse por los animales es dejar de hacerlo por el hombre es ruin y denota la falta de calidad moral y ética de aquel que lo utiliza como argumento. En esta Sociedad es necesario hacer frente a cualquier tipo de atropello, sea cual sea su gravedad y el sujeto al que afecte. Al igual que acudimos a un especialista cuando se nos detecta un tumor, también vamos al dentista simplemente para blanquearnos los dientes. Aparte de que no estamos limitados a desempeñar un único cometido o función, el dedicar tiempo a detalles aparentemente nimios no implica permanecer indiferente a otros cuya importancia es notable y en este caso, desde luego que la situación en la que se encuentran los animales en nuestro País en tantos ámbitos no es una cuestión menor, sino que representa un problema muy grave y extendido, de consecuencias nefastas sobre todo para estas criaturas pero también para el hombre, tanto por lo degradante de su consentimiento o participación directa como por lo habitual del paso de la violencia ejercida contra animales a la mostrada hacia seres humanos. Lamentablemente es necesario que existan asociaciones y movimientos contra el maltrato animal, como lo es que las haya orientadas a la atención a los que no tienen recursos, a la asistencia de inmigrantes, a los amenazados por sus parejas, a luchar contra los vertidos, a intentar frenar el cambio climático, a proteger el entorno frente a la especulación urbanística o a la recuperación de lenguas a punto de perderse por falta de hablantes y cada uno de estos intentos por mejorar cualquier aspecto de la realidad es indispensable y valioso, independientemente de su importancia. Lo que no podemos pretender es que todos los que están decididos a luchar por una causa lo hagan por la misma, porque estaríamos cometiendo la injusticia de ignorar la situación de precariedad, angustia o deterioro del resto de afectados por otros motivos.



Los que afirman que es indigno defender a los animales habiendo tantos males que aquejan al hombre en realidad sienten desdén por unos y otros. Su único afán es destruir cualquier intento de lucha social, poner obstáculos para que nada cambie, conservar su bienestar a costa de lo que sea y de quien sea y por supuesto, no perder un minuto de su tiempo en nada que no revierta en su beneficio propio e inmediato. Son tan estrechos de mente y paupérrimos de corazón, que ni siquiera piensan que todo esfuerzo encaminado a terminar con el sufrimiento como forma de negocio o de entretenimiento es algo que también a ellos les va a reportar una inmensa riqueza: la certeza de que están dejando a sus hijos un mundo mejor y más justo. Sin embargo su egoísmo es la causa de su ceguera y el origen de su permisividad y complicidad ante la brutalidad que cada día nos llega en forma de millones de animales torturados y muertos a manos del hombre. A quien le revuelve las entrañas que en Coria se le claven dardos a un toro, también le produce nauseas que una mujer sea lapidada por adulterio y esa reacción, la de la empatía con el dolor de otros independientemente de su racionalidad, es un hecho tan presente en la naturaleza de los que dedican su tiempo y esfuerzo a la defensa de los animales, como ausente en los valores de aquellos que critican su labor y tratan de satanizarlos ante la Sociedad. Lo más triste y desalentador de todo esto es que los que exigen que nadie sea maltratado y piden el respeto para todas las formas de vida, hayan de justificar continuamente su actitud, cuando lo normal sería que los causantes o cómplices en el sufrimiento de seres vivos no tuviesen el menor apoyo ni cobertura legal u oficial, pero parece ser que estamos muy lejos todavía de alcanzar tal grado de evolución moral.

http://findelmaltratoanimal.blogspot.com/2009/03/la-defensa-de-los-animales-y-el.html



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