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Lo acaba de publicar la revista 'Science'. Un estudio de la Universidad de Chicago demuestra que los ratones de laboratorio sienten empatía hacia sus congéneres.
Los científicos han llegado a esa conclusión al ver cómo un ratón se preocupaba más por liberar a otro encerrado en un contenedor que por comerse un trozo de chocolate. Ellos lo han atribuido al 'contagio emocional' que produce en el ratón ver el estrés del compañero.
No es la primera vez que se hace este tipo de estudio y, de hecho, ya se ha comprobado en otros animales pero resulta más que oportuno que se publique en la víspera del Día Internacional de los Derechos Animales que se celebra cada 10 de diciembre.
Ya sé que, para muchos, los animalistas son gente que monta performances extrañas en la Puerta del Sol, como harán hoy. Allí cogerán en sus brazos a un animal muerto para golpear las conciencias.
Y vendrá esa línea de argumentación falaz que pregunta por qué se preocupan por los animales en lugar de hacerlo por los niños que pasan hambre. Como si fueran excluyentes. Como si fueran insensibles a otros dolores. Como si defender el trato respetuoso hacia todas las criaturas no incluyera eso, a todas.
Si resulta oportuno el estudio no es tanto por la demostración de que existe empatía entre los animales sino porque los científicos admiten que un ratón encerrado sufre estrés, inquietud o temor. Y a pesar de ello, lo mantienen en su jaula viviendo una vida que no puede ni llamarse así.
Eso implica, además, que no hay razón para pensar que una especie animal sienta estrés y otra, no, como defienden quienes niegan que los toros en la plaza sufran. Qué me van a decir. Se les nota divertidos. Como los animales que se escapan de granjas donde los tienen en condiciones pésimas o como los que, una vez liberados, tienen miedo de pisar la hierba por primera vez.
Afortunadamente, ellos no evalúan nuestro nivel de empatía.
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