Relato escrito por Nuria de la Protectora LA GUARIDA de Puente Genil (Córdoba) después de acompañar durante sus últimas horas a Gabriel, un PitBull al que obligaron a participar en peleas hasta que lo abandonaron, destrozado e irrecuperable.
Ella fue la única que le ofreció cariño después de una existencia en la que sólo encontró brutalidad y sufrimiento. Pero ya era tarde, muy tarde y Nuria, deshecha de dolor, lo único que pudo hacer, ¡y no es poco!, fue permanecer a su lado hasta que una inyección letal acabó con la agonía del desdichado perro.
DEDICADO A GABRIEL
He deseado esta tarde triste, quedarme a solas contigo. No nos conocemos de nada, nunca nos hemos visto, pero en este día, siento que tengo que sentarme frente a ti. Y tiene que ser esta misma tarde porque mañana.... ya no estarás.
Van a sacrificar tu vida, hecho que sin hablar, estás pidiendo a gritos. Está cayendo la tarde, el horizonte se ha tornado rojo, semejante al hilillo de sangre que cae de tu boca. Y es que solo mirarte da miedo. Te falta un ojito y no puedo evitar pensar en tu sufrimiento cuando te lo arrancaron en uno de tantos combates ilegales en los que te habrás visto envuelto y en los cuales, y muy en contra de
tu voluntad, eso seguro, los sádicos te han obligado a participar, a luchar, a combatir, a pelear, a matar.... Una lucha encarnizada, pacto a muerte, dentellada aquí y allá, desgarros, vuestra piel destrozada
y hecha jirones, y vosotros, pobres desgraciados, luchando a muerte, obedeciendo ciegamente a los demonios disfrazados de dioses idolatrados.
No quiero ni imaginar ese momento, ni todos los que precedieron en tu larga y sombría vida. Creo que podrás tener 13 o 14 años. Muchos, y demasiados días de amargura.
Has debido ser para tus verdugos todo un "campeón". Grande y hermoso "ejemplar" has sido, y aún lo eres.
Corpulento "de cabeza ancha", como prefieren los sanguinarios sin escrúpulos. Ahora te me presentas ya viejo, enfermo y acabado.... a través de los barrotes del chenil.
Me miras fijamente, con el pobre ojito que te queda, así, impasible, estático, cansado y paralizado ante una vida que te ha tratado tan injustamente.
De vez en cuando, tengo que apartar la mirada. Impones, turbas y a la vez, despiertas mucha compasión, mucha pena. Han hecho de ti un infeliz....
Sentada frente a ti, cae la tarde, triste, pero hermosa, teñida de sangre, pero atravesada por una línea blanca en su horizonte. Tú y yo sabemos que esa línea es el día de mañana. Es la esperanza, el fin de tus días que se lleva por fin tu sufrimiento, antes de lo que esperas, y es que penosamente ya nada puede hacerse por tu desgraciada existencia.
Viejo, resignado, herido, desconfiado.... haces bien en no fiarte ya de nadie porque nunca nadie te ha dado nada, a excepción de golpes, palizas y gritos. Y no he deseado ni conocer tu nombre, el nombre de asesino con el que te han gritado y golpeado. Hoy te he llamado Gabriel, sólo entre tú y yo, como el ángel caído que ahora eres.
Y me sigues mirando, algo curioso, tan fijamente... y sé lo que estás pensando.
No es difícil imaginar que ya todo te resulta indiferente, que ya no vas a creer que a ti vaya a sucederte algo bueno, que nadie a estas alturas vaya a regalarte una pobre caricia. Ya no esperas nada de nada y sé que mañana, cuando vengan a dormirte para siempre, ni siquiera intentarás escapar de la muerte amiga. Fíjate, vosotros que la oléis a distancia.... Y es que entenderás, como el ser inteligente y desahuciado que eres, que va a ser el único acto de amor que la cruel raza humana ha cometido contigo en tu larguísima y sangrienta vida.
Pasa la tarde y tú y yo, continuamos mirándonos, a solas, en la perrera. Los demás perrillos están calladitos, respetando quizás el momento de despedida que nos está envolviendo esta tarde, tu última tarde... Y vuelvo a pensar en todo el daño que se te ha infringido, enquistando y endureciendo tu corazón, jaleado para que matases a otros desgraciados, que te han maltratado hasta el cansancio y finalmente, cuando ya no puedes ni con tu alma hecha jirones, acabas tus días en una perrera de la que nunca ya saldrás, solo, tan solo y enfermo...
Y te miro por última vez, acongojada y deshecha, y te llamo en tono cariñoso con el hilito de voz que me queda, en esta tarde que se muere, pero eres incapaz de mover un músculo de tu exhausto cuerpo. Ya no hay lenguaje en forma de alegría en tu rabo, ni en tus orejas mutiladas. Me levanto y me sigues con la mirada, te pongo un colchoncito en un rincón. Lo único que puedo regalarte. Es mi deseo, que pases la última noche de tu lúgubre existencia, acomodadito. Aislados tus gastados huesos del frío del suelo.
Tu última mirada me lo agradece. Quisiera haber hecho mucho más por ti, pero como tantas veces, no he llegado a tiempo. Ojala antes de marcharte, pudieras comprenderlo. Con pasos muy lentos, te diriges hacia él, y por fin, te quedas dormidito. Ojalá sueñes esta última noche con el Arco Iris en el que pronto estarás. Duerme ángel caído. Descansa de una vez, y mañana, cuando despiertes, un brevísimo instante, sea para vislumbrar la paleta de colores que te invita a dejar el mundo oscuro en el que te metieron y del que, por fin, sales para siempre.
Ha llegado la noche. El horizonte rojo se ha ocultado, pero perdura la línea blanca, esponjosa y flotante en el cielo sombrío: tu última esperanza.
NURIA MARTÍN.
APAP "LA GUARIDA" DE PUENTE GENIL
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